Poesía &+: Jaime Saenz

El contenido de esta columna centrada en la obra de Jaime Saenz se publica con autorización de los herederos del autor. Fue editada originalmente en la web de la revista Aurora Boreal®, en la sección «Domingos de Poesía», en 2020. Se genera como archivo documental sobre la obra del vate y es posible que en el futuro se integren nuevos elementos. Se expone sin ánimo de lucro.






JAIME SAENZ

(Bolivia 1921 - Ídem 1986). Poeta, novelista, dramaturgo, ensayista y dibujante paceño. Fue periodista y relojero. Viajó a Alemania entre 1938 y 1939 para prestar servicio militar, y, estando allí, se centró en el estudio de Hölderlin, Bruckner, Heidegger y Nietzsche. A su regreso trabajó en instituciones gubernamentales y en la Embajada de los Estados Unidos, fue además profesor de literatura en la Universidad Mayor de San Andrés. Sus primeros poemas datan de 1942. En 1948, su mujer, una joven alemana llamada Erika Kessberg con quien tuvo una niña, debido al constante estado de embriaguez del autor regresó a su país con la pequeña de dos años y rompió todo contacto con él; a causa de esto el literato se sumió en una profunda tristeza que se postergó durante varios años. Saenz produjo una obra poética peculiar entre poesía y prosa, extraña y compleja, de tinte romántico y visionario, cuya temática gira en torno a la indagación de la identidad verdadera, la búsqueda de la unidad esencial, el sentido de la vida y la propia presencia. El poeta encuentra en la ciudad, en el frío, en la oscuridad, en el dolor, en el tiempo y en la soledad el camino para dilucidar la muerte y liberarse de toda traza artificial. Para él vida y muerte son la misma cosa. La noche fue su casa; el otro lado de la noche, el lugar donde confluye todo. Blanca Wiethüchter apunta: «El mundo poético de Saenz se va construyendo en base a una intensa búsqueda interior. El poeta intenta revelar, a través del intercambio constante entre inmanencia y trascendencia, un conjunto de símbolos, cuya densidad aumenta en la medida en que representan un signo que se refiere a un sentido y no a una cosa sensible. Y en la medida en que representa el sentido, su poesía se convierte en la tentativa de representar lo irrepresentable». Durante mucho tiempo Saenz vivió al margen de la sociedad burguesa a la que pertenecía y tuvo varias recaídas dipsómanas hasta su muerte a los 65 años. Es considerado el poeta maldito de Bolivia.




Jaime Saenz © Javier Molina B.



(Para leer los poemas sin que sus estructuras se vean alteradas gire la pantalla de su celular a posición horizontal o visualícelos en un PC)



I

Lo flotante se pierde, y toda la vida se queda en la luz de la primavera  
que ha traído tu mirar
y mientras perduras en el eco yo contemplo tu partida con el humo  
en pos del horizinte,
y la esperanza y la substancia transparente discurren a lo lejos:
vives la dulzura cuando piensa la hermosura con tristeza tu presencia,
y apareces de medio perfil
     al tañido de unos instrumentos nocturnos, azules y dorados, que
relumbran, que palpitan y que vuelan
        en el hueco de mi corazón.


    ***

    No me atrevo a mirarte por no quedarme dentro de ti, y no te alabo
porque no pierdas la alegría
    —con tu contemplación me contento y tú lo sabes y finges no mirarme
    y sueles dar saltos exagerando con una divina profundidad,
    como si estuvieras a caballo o en motocicleta
    —tu extravagancia me asombra y me regocija, y es mi pan de cada día
    —cuando llueve, de tus hombros salen gritos al girar de la cabeza,
    y te acaricias las mejillas y das palmadas que resuenan en el agua en
el viento y en la niebla
    —¡cómo te amo me asombra!,
    yo te echo de menos a tiempo de escucharte,
    una música sepulcral se pierde en el olvido y mi muerte sale de ti,
    a los músicos se les aparecen las imágenes amadas
    cuando escuchas tú
    —todo el tiempo, los músicos se alegran del silencio
    cuando escuchas tú. 


VII

Que sea larga tu permanencia bajo el fulgor de las estrellas,
yo dejo en tus manos mi tiempo,
—el tiempo de la lluvia
perfumará tu presencia resplandeciente en la vegetación.

Renuncio al júbilo, renuncio a ti: eres tú el cuerpo de mi alma; quédate
—yo he trasmontado el crepúsculo y la espesura, a la apacible luz de tus ojos
y me interno en la tiniebla;
a nadie mires,
    no abras la ventana. No te muevas:
    hazme saber el gesto que de tu boca difunde silenciosa la brisa;
    estoy en tu memoria, hazme saber si tus manos me acarician
    y si por ellas el follaje respira
    —hazme saber de la lluvia que cae sobre tu escondido cuerpo,
    y si la penumbra es quien lo esconde o el espíritu de la noche.

Hazme saber, perdida y desaparecida visión, qué era lo que guardaba tu mirar
—si era el ansiado y secreto don,
que mi vida esperó toda la vida a que la muerte lo recibiese.

(Aniversario de una visión, 1960)


5

Como el día alimenta unos sueños estériles y lastima tu naturaleza angelical,
has de partir en pos de la noche
—y yo te diré que ella suele pedir, como un mendigo, toda la vida:
raramente se conmueve.
Pero tú, con tu tierna manera increíble,
eres comunicativo y la conmoverás en aquella claraboya, si le dices:
«Quiero la muerte, pero no morir»
—y los que descansan alejados del fuego, escucharán la palabra estremecida
de tu vuelo
y no querrán saber que están muertos al ver que te habrían amado.
Y de tal modo conocerás las imaginaciones de la noche
y lo indecible de muerte en tu forma,
el júbilo mío: estoy de pie y con un fuego en las manos.




(De noche tu ropaje con unos vivos de color blanco refleja una música de
ciudades y soles y deja mirar otro, denso ropaje que hace vibrar los puentes y
ocurrir los viajes, y hace que se quede la noche en tus ojos).


ERES VISIBLE

Permaneces todo el tiempo en el olor de las montañas
cuando el sol se retira,
y me parece escuchar tu respiración en la frescura de la sombra
como un adiós pensativo.


De tu partida, que es como una lumbre, se condolerán estas claras imágenes
por el viento de la tarde mecidas aquí y a lo lejos;
yo te acompaño con el rumor de las hojas, miro por ti las cosas que amabas
—el alba no borrará tu paso, eres visible.

(Visitantante profundo, 1964)


1

En las calles me doy cuenta del estado del mundo,
yo pienso partir de una vez en pos del frío y dar con el demonio que se
oculta más allá de las sombras
y preguntarle por qué solamente en el país del frío podía buscarse alguna
cosa que sirviera tanto como la vida,
aquella voz que echo de menos y que necesito escuchar antes de marcharme,
si ya sé que en este mundo es lo único que se parece a su celestial acento el
olor del alcohol,
y con todo lo que digo y hago solamente doy tiempo al tiempo:
en un rincón se esconde el alcohol glacial, alcohol del frío, y en otro rincón
me escondo yo,
cada cual a la espera de la salida del otro, a sabiendas de que no hay escape
en esta broma pesada, tú ya lo sabes;
en Navidad, en Año Nuevo, en las fiestas patrias, en los aniversarios,
cada vez me libro por un pelo, luego me echo a caminar con rapidez y alegría
y miro de reojo
—ya lo sé, en el rincón alguien tiene más paciencia que yo, es un gigante, es
un coloso y yo un pobre gusano
y quizá será por eso por lo que me quedo solo y fascinado,
qué raro,
y por lo mismo me pregunto qué pasa en el mundo,
cuando el frío no existe y me pongo a temblar, y no escucho tu voz y el frío se
está,
pues esto es muy raro:
la voz es la temperatura.


3

¡Qué enigma, qué terrible enigma encierra la temperatura!
Tan sólo después de conocer el frío de la luz llegué a saber que tu presencia
será mi última y definitiva morada en el frío de la luz,
en ese frío,
allá donde la seductora luz de este frío seguramente se hace visible con tu
presencia,
pues poco a poco me voy alejando del fuego y no aspiro al retorno,
yo no aspiro a la redención
—solamente me guía la fe en el estado puro y primitivo del hielo,
muy grande es mi amor por el frío, ignoro el retorno del fuego
y junto al hielo me quedo, en una reluciente arista.

(El frío, 1967)


EN LO ALTO DE LA CIUDAD OSCURA

Una noche en una calle bajo la lluvia en lo alto de la ciudad oscura
con el ruido a lo lejos
es seguro que suspirará
yo suspiraré
tomados de las manos por un gran tiempo en el interior de la arboleda
sus ojos claros al pasar un cometa
su cara llegada del mar sus ojos en el cielo mi voz dentro de su voz
su boca en forma de manzana su cabello en forma de sueño
una mirada nunca vista en cada pupila
sus pestañas en forma de luz un torrente de fuego
todo será mío dando volteretas de alegría
me cortaré una mano por cada suspiro suyo me
sacaré un ojo por cada sonrisa suya
me moriré una vez dos veces tres veces cuatro veces mil veces
hasta morir en sus labios
con un serrucho me cortaré las costillas para entregarle mi corazón
con una aguja sacaré a relucir mi mejor alma para darle una sorpresa
los viernes por la tarde
con el aire de la noche cantando una canción me propongo vivir trescientos
años
en su hermosa compañía.


TU CALAVERA

—A Silvia Natalia Rivera

Estas lluvias,
yo no sé por qué me harán amar un sueño que tuve, hace muchos años,
con un sueño que tuviste tú
—se me aparecía tu calavera.


Y tenía un alto encanto;
no me miraba a mí —te miraba a ti.
Y se acercaba a mi calavera, y yo te miraba a ti.
Y cuando tú me mirabas a mí, se te aparecía mi calavera;
no te miraba a ti.
Me miraba a mí.


En la alta noche,
alguien miraba;
y yo soñaba tu sueño
—bajo una lluvia silenciosa,
tú te ocultabas en tu calavera,
y yo me ocultaba en ti.

(Al pasar un cometa, 1982)


I

Estoy separado de mí por la distancia en que yo me encuentro;
el muerto está separado de la muerte por una gran distancia.
Pienso recorrer esta distancia descansando en algún lugar.
De espaldas en la morada del deseo,
sin moverme de mi sitio —frente a la puerta cerrada,
con una luz de invierno a mi lado.


En los rincones de mi cuarto, en los alrededores de la silla.
Con la indecisa memoria que se desprende del vacío
—en la superficie del tumbado,
el muerto deberá comunicarse con la muerte.


Contemplando los huesos sobre la tabla, contando las oscuridades con mis
dedos a partir de ti.
Mirando que se estén las cosas, yo deseo.
Y me encuentro recorriendo una gran distancia.


VI

Presiento un lóbrego día, un espacio cerrado, un suceder incomprensible, una
noche interminable como la inmortalidad.
Lo que presiento no tiene nada que ver conmigo, ni contigo; no es cosa
personal, no es cosa particular lo que presiento;
pero tiene que ver con no sé qué
—tal vez con el mundo, o con los reinos del mundo, o con los misteriosos
encantos del mundo;
se puede mirar a través de las aguas una profunda fisura.
Se puede percibir, por el olor de las cosas y por las formas que ellas asumen,
el cansancio de las cosas.
En lo que crece, en lo que ha dejado de crecer, en lo que resuena, en lo que
permanece, en lo que no permanece, en el aire silencioso, en las evoluciones del
insecto, en los árboles que murmuran,
se puede adivinar el júbilo de un próximo acabamiento.
Las oscuridades devoradoras, ansiosas de devorar —fenecido el término, ya
nada será.
Tal vez una brizna, en lo alto de algún lugar, tal vez en lo profundo de algún
lugar,
flotando en las últimas aguas.
El resuello, sin principio ni fin, una envoltura para la inmovilidad,
envolviendo el movimiento del circulo que se repite
—no sé explicar, no sé decir en qué consiste el presentimiento que presiento.


VII

En el extraño sitio en que precisamente la perdición y el encuentro han
ocurrido,
la hermosura de la vida es un hecho que no se puede ni se debe negar.

La hermosura de la vida,
por el milagro de vivir.
La hermosura de la vida,
que se queda,
por el milagro de morir.

Fluye la vida, pasa y vuela, se retuerce en una interioridad inalcanzable.
En el aura de los seres que transitan, que se hace perceptible con un latido,
en el viento que vibra con el ir y venir de los seres,
en los decires, en los clamores, en los gritos, en el humo
—en las calles, con una luz en la paredes, unas veces, y otras veces, con una
sombra.
En ese mirar las cosas, con que suelen mirar los animales;
en ese mirar del humano, con que el humano suele mirar el mirar del animal
que mira las cosas.
En la hechura de la tela,
en el hierro que el hierro es hierro.
En la mesa,
en la casa.
En la orilla del río.
En la humedad del ambiente.
En el calor del verano, en el frío del invierno, en la luz de la primavera
—en un abrir y cerrar de ojos.
Rasgando en el horizonte o sepultándose en el abismo,
aparece y desaparece la verdadera vida.


X

En las profundidades del mundo existen espacios muy grandes
—un vacío presidido por el propio vacío,
que es causa y origen del terror primordial, del pensamiento y del eco.
Existen honduras inimaginables, concavidades ante cuya fascinación, ante
cuyo encantamiento,
seguramente uno se quedaría muerto.
Ruidos que seguramente uno desearía escuchar, formas y visiones
que seguramente uno desearía mirar,
cosas que seguramente uno desearía tocar, revelaciones que seguramente
uno desearía conocer,
quién sabe con qué secreto deseo, de llegar a saber quién sabe qué.


***


En el ánima substancial, de la sincronía y de la duración del mundo,
que se interna en el abismo en que comenzó la creación del mundo, y que
se hunde en la médula del mundo,
se hace perceptible un olor, que podrás reconocer fácilmente, por no haber
conocido otro semejante;
el olor de verdad, el solo olor, el olor del abismo —y tendrás que conocerlo.
Pues tan sólo cuando hayas llegado a conocerlo te será posible comprender
cómo así era cierto que la sabiduría consiste en la falta de aire.
En la oscuridad profunda del mundo ha de darse la sabiduría; en los reinos
herméticos del ánima;
en las vecindades del fuego y en el fuego mismo, en que el mismo fuego junto
con el aire es devorado por la oscuridad.
Y es por lo que nadie tiene idea del abismo, y por lo que nadie ha conocido el
abismo ni ha sentido el olor del abismo,
por lo que no se puede hablar de sabiduría entre los hombres, entre los vivos.
Mientras viva, el hombre no podrá comprender el mundo; el hombre ignora
que mientras no deje de vivir no será sabio.
Tiene aprensión por todo cuanto linda con lo sabio; en cuanto no puede
comprender, ya desconfía
—no comprende otra cosa que no sea el vivir.


Y yo digo que uno debería procurar estar muerto.
Cueste lo que cueste, antes que morir. Uno tendría que hacer todo lo posible
por estar muerto.
Las aguas te lo dicen —el fuego, el aire y la luz, con claro lenguaje.
Estar muerto.
El amor te lo dice, el mundo y las cosas todas, estar muerto.
La oscuridad nada dice. Es todo mutismo.


Hay que pensar en los espacios cerrados. En las bóvedas que se abren debajo
de los mares.
En las cavernas, en las grutas —hay que pensar en las fisuras, en los antros
interminables,
en las tinieblas.
Si piensas en ti, en alma y cuerpo, serás el mundo —en su interioridad y en
sus formas visibles.
Acostúmbrate a pensar en una sola cosa; todo es oscuro.
Lo verdadero, lo real, lo existente; el ser y la esencia, es uno y oscuro.
Así la oscuridad es la ley del mundo; el fuego alienta la oscuridad y se apaga
es devorado por ésta.


Yo digo: es necesario pensar en el mundo —el interior del mundo me da en
qué pensar. Soy oscuro.
No me interesa pensar en el mundo más allá de él; la luz es perturbadora, al
igual que el vivir —tiene carácter transitorio.


Qué tendrá que ver el vivir con la vida; una cosa es el vivir, y la vida es otra
cosa.
Vida y muerte son una y misma cosa.

(Recorrer esta distancia, 1973)


2

Del derrumbe en que se derrumba toda cosa,
confluye toda cosa en lo diverso y en lo solo,
con sordos estruendos,
con aires inmutables,
con signos que se transfiguran al conjuro del ánima,
al soplo del ánima,
al rugido del ánima,
que en lo oscuro a liberado el Extraño,
que ha conspirado con el Extraño para penetrar en la obra de la obra,
que en lo oscuro se inclina sobre la obra y hace y deshace la obra,
para desentrañar la revelación del júbilo personificado.


5

Y de tal manera, quiso jugar una broma pesada,
con el hacer una música, con el morir una música, con el ser una música,
incendió la transparencia del sucedido y creó una creación,
iluminando la naturaleza del mundo y del hombre, iluminando formas
invisibles y recónditas,
en lo oscuro
—siempre en ásperas y vacías y resonantes estancias de lo oscuro.
En cuales precipicios,
en cuales parajes,
en cuales orillas, de malestar y espanto,
con resplandores cada vez más distantes:
él sabía.

 (Bruckner, 1978)


6

La fuente de sabiduría, de fuerza y de experiencia, lo constituyen los muertos;
la puerta siempre abierta,
el camino de los que transitan con rumbo cierto, en el vivir real y radical,
lo constituyen los muertos.
Pues nada tan oscuro como la oscuridad de los muertos.
Nada tan verdadero, nada tan verdaderamente humano como la carne de los
muertos.
Ningún olor tan oscuro como el olor de los muertos; ninguna contemplación
como la contemplación de los muertos.
Ningún silencio como el silencio de los muertos; ningún otro silencio se deja
escuchar en silencio.
Nada como la inmovilidad; nada como la fuerza expresiva que mana de los
muertos.
Por eso los hombres amantes de las tinieblas,
escudriñando el estar de los muertos encuentran el camino cierto.
En el olor y la forma, en el peso, en la densidad.
En el tacto y el oído —el objeto no se mira.
Lo que se mira es el mirar que se está mirando; y tal el mirar de los muertos,
que consiste en el no mirar.
Es oscuro.
Y por eso mismo, ni se mira, ni se toca, ni se huele, ni se escucha
—en lo oscuro,
todo ocurre a la vez y de un solo golpe.

(Las tinieblas, 1978)


I. LA NOCHE

4

La experiencia más dolorosa, la más triste y aterradora que imaginarse pueda,
es sin duda la experiencia del alcohol.
Y está al alcance de cualquier mortal.
Abre muchas puertas.
Es un verdadero camino de conocimiento, quizá el más humano, aunque
peligroso en extremo.
Y tan atroz y temible se muestra, en un recorrido de espanto y de miseria,
que uno quisiera quedarse muerto allá.
Pues el retorno del otro lado de la noche es en realidad un milagro,
y únicamente los predestinados lo logran.


A tu retorno, el mundo te mira con malos ojos;
eres un extraño, eres un intruso, y sientes en lo hondo que el mundo no
quiere que lo contemples;
lo que quiere es que te vayas y desaparezcas —lo que quiere es que ya no
estés aquí.
Y como al fin y al cabo el mundo eres tú,
imagínate, tendrás que tener mucha fuerza, mucha humildad, mucho
gobierno,
para enfrentarte contigo mismo
—vale decir, con el mundo.


6

Nadie podrá acercarse a la noche y acometer la tarea de conocerla,
sin antes haberse sumergido en los horrores del alcohol.
El alcohol, en efecto, abre la puerta de la noche; la noche es un recinto
hermético y secreto,
que se hunde en lo hondo de los mundos,
y no se podrá mirar en sus adentros, sino por la vía del terror y del espanto.
Además, existen ciertas afinidades con lo oscuro; y quien no las tiene, jamás
podrá acercarse a la noche.
Tales afinidades prosperan bajo un signo que podría parecer inconsistente al
no iniciado;
pero este signo es ya de por sí indicativo, y lo constituye un extraño y
permanente temor de caer en el camino.
De ahí que el iniciado en los secretos de la noche, camine siempre con
cautela,
como si de súbito hubiera enceguecido, o hubiera perdido la noción del
espacio.
Y es éste en realidad un caminar en las tinieblas
—es de hecho un caminar en el seno de la noche.
Pues el iniciado habrá perdido la luz para siempre,
aunque, por otra parte, podrá encontrarla el momento que lo desee,
dispuesto como está a pagar el alto precio que se le exige.
Pues para el hombre que mora en la noche; para aquel que se ha adentrado
en la noche y conoce las profundidades de la noche,
el alcohol es la luz.
El que su cuerpo se vuelva transparente, y el que esta transparencia le permita
mirar el otro lado de la noche,
es obra exclusiva del alcohol.


IV. LA NOCHE

1

Extrañamente, la noche en la ciudad, la noche doméstica, la noche oscura:
la noche que se cierne sobre el mundo; la noche que se duerme, y que sueña,
y que se muere; la noche que se mira,
no tiene nada que ver con la noche.
Pues la noche sólo se da en la realidad verdadera, y no todos la perciben.
Es un relámpago providencial que te sacude, y que, en el instante preciso, te
señala un espacio en el mundo:
un espacio, uno solo;
para habitar, para estar, para morir —y tal el espacio de tu cuerpo.


2

Pues existe un mandato, que tú deberás cumplir.
en homenaje a la realidad de la noche, que es la tuya propia;
aun a costa de renunciamientos imposibles, y de interminables tormentos,
deberás decir adiós, y recogerte al espacio de tu cuerpo.
Y deberás hacerlo, sin importar el escarnio y la condena de un mundo amable
y sensato.
Es de advertir que miles y miles de mortales se recogen tranquilamente al
espacio de sus respectivos cuerpos,
día tras día y quieras que no, al toque de rutilantes trompetas, y en medio de
lágrimas y lamentos;
pues en realidad, recogerse al espacio del cuerpo, es morir.
Pero aquí no se trata de morir.
Aquí se trata de cumplir el mandato; y por idéntica razón, habrá que vivir.
Y tan es así, que no se podrá cumplir el mandato, sino a condición de
recogerse al espacio del cuerpo, con el deliberado propósito de vivir.
Lo cierto es que aquel que comete tan alta aventura, no hace otra cosa que
ocultarse de la muerte.
para vislumbrar así la manera de ser de la muerte,


3

El espacio que tu cuerpo ocupa en el mundo, es igual al espacio del cuerpo en
el que uno se ha recogido;
y si esto es así, nadie tiene por qué molestarse, ni importunarte;
en el espacio de tu cuerpo, del que tú eres el soberano absoluto.
puedes pararte de cabeza y hacer y deshacer, y transitar tranquilamente,
libre ya de un mundo de pesadilla, poblado de espectros y de esqueletos que
pululaban y te quitaban la vida.
En todo caso, tu morada, tu ciudad, tu noche y tu mundo, se reducen a tu
cuerpo;
y quien lo habita no eres tú, sino el cuerpo de tu cuerpo.
Pues el cuerpo que te habita, en realidad, eres tú;
sólo que tu cuerpo deja de ser tú;
y pasa a ser él.
Imagínate, el cuerpo que eres tú, habitando el cuerpo que es él.
y que no por eso deja de ser tú.

De ahí el habitante, o sea, el cuerpo de tu cuerpo; y de ahí, asimismo, el
habitado, o sea, tu cuerpo.


¿Y qué decir de la honda soledad, habitando el espacio de tu cuerpo?
Hay un echar de menos la soledad, cuando hay alguien a tu lado;
pero, cuando no hay un alma, es la propia soledad quien te echa de menos
—y es como si tú no estuvieras, o como si te hubieras ido, en busca de
alguien a quien echar de menos.
La soledad en el espacio de tu cuerpo, ha de ser, pues, una soledad muy larga,
muy alta, y muy álgida.
—como esa soledad que uno imaginaba de niño,
con un retrato desaparecido y una rueda inmóvil, en el cuarto oscuro.


4

¿Qué es la noche? —uno se pregunta hoy y siempre.
La noche, una revelación no revelada.
Acaso un muerto poderoso y tenaz,
quizá un cuerpo perdido en la propia noche.
En realidad, una hondura, un espacio inimaginable.
Una entidad tenebrosa y sutil, tal vez parecida al cuerpo que te habita,
y que sin duda oculta muchas claves de la noche.
   

***


Cuando pienso en el misterio de la noche, imagino el misterio de tu
cuerpo,
que es sólo una manera de ser de la noche;
yo sé de verdad que el cuerpo que te habita no es sino la oscuridad de
tu cuerpo;
y tal oscuridad se difunde bajo el signo de la noche.
En las infinitas concavidades de tu cuerpo, existen infinitos reinos de
oscuridad;
y esto es algo que llama a la meditación.
Este cuerpo cerrado, secreto y prohibido; este cuerpo, ajeno y temible.
y jamás adivinado, ni presentido.
Y es como un resplandor, o como una sombra:
sólo se deja sentir desde lejos, en lo recóndito, y con una soledad
excesiva, que no te pertenece a ti.
Y sólo se deja sentir con un pálpito, con una temperatura, y con un
dolor que no te pertenecen a ti.


Si algo me sobrecoge, es la imagen que me imagina, en la distancia;
se escucha una respiración en mis adentros. El cuerpo respira en mis
adentros.
La oscuridad me preocupa —la noche del cuerpo me preocupa.
El cuerpo de la noche y la muerte del cuerpo, son cosas que me
preocupan.


***


Y yo me pregunto:
¿Qué es tu cuerpo? Yo no sé si te has preguntado alguna vez qué es tu
cuerpo.
Es un trance grave y difícil.
Yo me he acercado una vez a mi cuerpo;
y habiendo comprendido que jamás lo había visto, aunque lo llevaba
a cuestas,
le he preguntado quién era;
y una voz, en el silencio, me ha dicho:


Yo soy tu cuerpo que te habita, y estoy aquí, en las oscuridades, y te
duelo, y te vivo, y te muero.
Pero no soy tu cuerpo. Yo soy la noche.

         (La noche, 1984)




Fuentes bibliográficas (biblioteca personal): Aniversario de una visión. La Paz: Editora Burillo (edición de autor con imágenes de su obra plástica), 1960; Obra poética (encuadernado). La Paz. Biblioteca del Sesquincentenario de la República, 1975; Jaime Saenz, el ángel solitario y jubiloso de la noche: apuntes para una historia de vida. Edición de Elías Blanco Mamani. La Paz: Casa de la Cultura Franz Tamayo, 1998; Café y mosquitero. La Paz: Editorial La Mariposa Mundial, 2000; Obra poética I. Madrid: Ave del paraíso, 2002; Recorrer esta distancia. Antología poética. México: FCE, 2004; Poesía reunida. La Paz: Plural, 2015; Poesía. Madrid: Amargord, 2017.




Producción, Poesía &+: Sergio Laignelet

Nota y selección de poemas: Sergio Laignelet, 2020/2024

Textos © Jaime Saenz

Foto del autor: © Herederos Jaime Saenz

Autorización: © Herederos Jaime Saenz

Todos los derechos reservados






POESÍA


Eliseo Diego



MICRORRELATO


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