Poesía &+: Eliseo Diego

Poesía &+ es una producción de Sergio Laignelet. El contenido de esta sección, centrada en la obra poética de Eliseo Diego, se publicó con autorización de los derechos de autor en la revista danesa Aurora Boreal®, en la parte «Domingos de Poesía», coordinada por S. L., el 29 de noviembre de 2020. Se transcribe y amplía en pro de conservar un archivo excelso.





ELISEO DIEGO

E. D. (Cuba, 1920 - México, 1994), poeta, prosista, cuentista, traductor y ensayista. Colaboró en la mítica revista Orígenes junto con José Lezama Lima, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Angel Gaztelu, Octavio Smith, Gastón Baquero y Virgilio Piñera. Tuvo a su cargo el Departamento de Literatura y Narraciones Infantiles de la Biblioteca Nacional José Martí y trabajó en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1986 por el conjunto de su obra y el Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo en 1993. De niño viajó a Francia donde leyó los cuentos de Perrault y son estos, principalmente, según sus propias palabras, el origen de todo aquello que escribió. En sus libros de poesía está presente la magia verbal y cierto deje fantástico con el que aborda algunos de sus temas centrales: el deslumbramiento que producen las cosas, el tiempo y la memoria, el espacio y la temporalidad, y, la fugacidad y la muerte. Eliseo Diego encuentra inspiración tanto en lo más insignificante como en lo más trascendental de la vida, dando forma a unos poemas de alcance universal. Dice María Zambrano: «Adentrándose en las cosas más humildes, en el polvo, en la pobreza misma, la poesía de Eliseo Diego llega a erigirlas. Más el alma no erige, sino que recoge; no construye, sino que abraza; no fabrica, sino que sueña. Poesía la de Diego que resulta tan sólo de una simple acción: prestar el alma, la propia y única alma a las cosas». Su obra literaria es una de las más significativas de la segunda mitad del siglo XX en Hispanoamérica. La muerte lo sorprendió en México donde impartia conferencias de literatura y su cuerpo fue repatriado. Su tumba se encuentra en el Cementerio de Colón a las afueras de La Habana. 
 


Eliseo Diego ©Archivo familiar

 



(Para leer los poemas sin que sus estructuras se vean alteradas gire la pantalla de su celular a posición horizontal o visualícelos en un PC)

 

 


VOY A NOMBRAR LAS COSAS


Voy a nombrar las cosas, los sonoros

altos que ven el festejar del viento,

los portales profundos, las mamparas

cerradas a la sombra y al silencio.


Y el interior sagrado, la penumbra

que surcan los oficios polvorientos,

la madera del hombre, la nocturna

madera de mi cuerpo cuando duermo.


Y la pobreza del lugar, y el polvo

en que testaron las huellas de mi padre,

sitios de piedra decidida y limpia,

despojados de sombra, siempre iguales.


Sin olvidar la compasión del fuego

en la interperie del solar distante

ni el sacramento gozoso de la lluvia

en el humilde cáliz de mi parque.


Ni tu estupendo muro, mediodía,

terso y añil e interminable.


Con la mirada inmóvil del verano

mi cariño sabrá de las veredas

por donde huyen los ávidos domingos

y regresan, ya lunes, cabizbajos.


Y nombraré las cosas, tan despacio

que cuando pierda el Paraíso de mi calle

y mis olvidos me la vuelvan sueño,

pueda llamarlas de pronto con el alba.


            (En la calzada de Jesús del Monte, 1949)



LA BARAJA

 

Salta el rey, y los bastos cerrados

lo acometen brutales. Los oros

 

van huyendo en la vasta llanura.

Y ha caído la sota funesta

 

junto al buen caballero. La parda

extensión se ilumina, destella

 

con el rojo de infancia, y el verde

memorable y veraz, y los hondos,

los soñados azules de infierno.

 

La batalla creciente deslumbra

en espadas, penachos, banderas

crepitantes o justas. Y vuelven,

 

y regresan los bastos, las copas

taciturnas, los oros veloces,

 

y derriban al rey. Han caído

con el rey el silencio y el polvo

en la mansa extensión de madera.

 

(Por los extraños pueblos, 1958)

 

 

CASACA DE PÚRPURA

 

tan pobre herencia

 

Perrault

 

No tienes otro amigo. Tú

no tienes nada, no

 

tienes más, tú

no tienes otro amigo.

Sólo

 

un gato.

 

  Sus orejas

veloces, breves,

nocturnas.

 

           Su casaca

de púrpura.

           Magnífico.

 

 

NO ES MÁS


                        por selva oscura


Un poema no es más

que una conversación en la penumbra

del horno viejo, cuando ya

todos se han ido, y cruje

afuera el hondo bosque; un poema


no es más que unas palabras

que uno ha querido, y cambian

de sitio con el tiempo, y ya

no son más que una mancha, una

esperanza indecible;


un poema no es más

que la felicidad, que una conversación

en la penumbra, que todo

cuanto se ha ido, y ya

es silencio. 



NUNCA LE VE LA CARA

 

Dice la vieja: está la muerte

muy cerca, y nunca

le veo la cara.

 

Dice la vieja: charla

y charla, y me recuerda

un tul, una canción

 

lejana.

Pero nunca,

dice la vieja, nunca

le veo la cara.

 

Me recuerda

un tul, una canción lejana.

 

 

LA VIEJA EN EL BOSQUE

 

Dice el Adelantado: entre la lluvia

veo a la muerte que viene

y se sienta en el bosque. Se ha tapado

con el manto la cara.

 

       ¿Viene

de Castilla esta vieja, la pobre, viene

de mi pueblo? El papagayo

grita cubierto de sangre, y quisiera

consolarla.

 

           Dios nos guarde.

 

 

TESOROS

 

Un laúd, un bastón,

unas monedas,

un ánfora, un abrigo,

 

una espada, un baúl,

unas hebillas,

un caracol, un lienzo,

una pelota.

 

(El oscuro esplendor, 1966)

 

 

VERSIONES

 

La muerte es esa pequeña jarra, con flores pintadas a mano, que hay en todas las casas y que uno jamás se detiene a ver.

 

La muerte es ese pequeño animal que ha cruzado en el patio, y del que nos consuela la ilusión, sentida como un soplo, de que es sólo el gato de la casa, el gato de costumbre, el gato que ha cruzado y al que ya no volveremos a ver.

 

La muerte es ese amigo que aparece en las fotografías de la familia, discretamente a un lado, y al que nadie acertó nunca a reconocer.

 

La muerte, en fin, es esa mancha en el muro que una tarde hemos mirado, sin saberlo, con un poco de terror.

 

 

CON UN GESTO

 

El gato mira con sus ojos de oro, pero no dice nada.

 

El perro, en cambio, aúlla incansable.

 

La muerte acaricia al gato y le concede siete dones.

 

Al perro lo enloquece con un gesto.

 

 

EN FIGURA DE POBRE

 

Viene la muerte, en figura de pobre, y pide una caridad por Dios.

 

Se le da la caridad, y la muerte escupe la moneda y se pone a maldecir.

 

Larga, infinitamente, la muerte se pone a maldecir.

 

 

BUFÓN

 

«Córteme usted esta barba, señor barbero», dice la muerte, «córteme usted esta barba».

 

«Córteme usted este pelo», dice la muerte, «córteme usted este pelo».

 

«Péineme usted como nunca, señor», dice la muerte, «péineme usted

como nunca».

 

«Y con grosera recidumbre la muerte rompe a reír»

 


AL FIN DEL JUEGO


Al fin del juego se barajan las cartas, y el que iba tranquilo adelante, ¿adónde irá a parar? 

    

    A dónde el rey y a dónde el caballero y los demás a dónde.


    Aire y tierra y fuego y aire: fe y barajar.


(Versiones, 1970)

 

 

HERALDO

 

Hacia el bosque galopa, precedido

por el eco remoto de la trompa.

¿Qué noticia traerá —la capa al viento

capaz de conmover las soledades?

 

Quién lo manda o a quién —no lo sabemos,

ni de dónde vendrá. Pero nos basta

ver que cruza los páramos vacíos

un heraldo veloz hacia la sombra.

  

[Este poema se transcribe sin el grabado que aparece encima del título, en el cual figura un heraldo sobre su caballo]

 

 

LAS HERRAMIENTAS TODAS DEL HOMBRE

 

Éstas son todas las herramientas de este mundo.

Las herramientas todas que el hombre hizo

para afianzarse bien en este mundo.

 

Éstas son las navajas de filo exacto con que se afeita al tiempo.

 

Y éstas tijeras para cortar los paños,

para cortar los hipogrifos y las flores

y cortar las máscaras y todas las tramas y, en fin

para cortar la vida misma del hombre, que es un hilo.

 

Éstas son las sierras y serruchos —también cuchillos, sin duda, pero imaginados

de tal modo que los propios defectos del borde sirvan al propósito.

 

Y ésta es una cuchara que alude a los principios y a las postrimerías y en resumen

al incalificable desvalimiento del hombre.

 

Éste es un fuelle para atizar el fuego

que sirve para animar al hierro

que sirve para hacer el hacha

con que se siega la generosa testa del hombre.

 

Éste es un compás que mide la belleza justa

para que no rebose y quiebre y le deshaga el humilde corazón al hombre.

 

Y ésta es una paleta de albañil con que se allegan los materiales necesarios

para que sea feliz y se resguarde de todo daño.

 

Éstas son unas pesas, llaves, cortaplumas y anteojos

(si es que lo son, que no se sabe)

que en realidad no sirven para nada sino para establecer

de una vez para siempre la sólida posición del hombre.

 

Éstas son unas gafas que se han de usar para mirar

si se ha hecho ya lo imaginable, lo previsible, simple e imposible

para tratar de asegurar las herramientas todas del hombre.

 

Y éste, en fin, es el mortero al que fiamos el menjurje

con que uniremos los pedazos, trizas, minucias y despojos

si es que a las últimas y a tiempo, si es que a las tontas y a las locas, si es que

a ciegas y al fin

no aprendemos a usar, amansar, dulcificar y manejar

las herramientas todas del hombre.

  

[Este poema se transcribe sin los grabados que representan los objetos mencionados, los cuales aparecen intercalados entre los versos]

 

 

RIESGOS DEL EQUILIBRISTA

 

Allá va el equilibrista, imaginando

las venturas y prodigios del aire.

No es como nosotros, el equilibrista,

sino que más bien su naturalidad comienza

donde termina la naturalidad del aire:

allí es donde su imaginación inaugura los festejos

el otro espacio en que se vive de milagro

y cada movimiento está lleno de sentido y belleza.

 

Si bien lo miramos qué hace el equilibrista

sino caminar lo mismo que nosotros

por un trillo que es el suyo propio:

qué importa que ese sendero esté volado

sobre un imperioso abismo si ese abismo

arde con los diminutos amarillos y violetas,

azules y rojos y sepias y morados

de los sombrerillos y las gorras y los venturosos

pañuelos de encaje.

 

    Lo que verdaderamente importa

es que cada paso del ensimismado equilibrista

puede muy bien ser el último de modo

que son la medida y el ritmo los que guían

esos pasos.

 

   La voluntad también de aventurarse

por lo que no es ya sino un hilo de vida

sin más esperanza de permanencia

que el ir y venir de ayer a luego,

es sin duda otra distinción apreciable.

 

Sin contar que todo lo hace por una gloria tan efímera

que la misma indiferencia del aire

es por contraste más estable, y que no gana

para vivir de los sustos y quebrantos. El equilibrio

ha de ser a no dudarlo recompensa

tal que no la imaginamos.

 

   ¡ADELANTE!

decimos al equilibrista, retirándonos

al respaldo suficiente de la silla

y la misericordiosa tierra: nosotros

pagamos a tiempo las entradas y de aquí no nos vamos.

  

[Este poema se transcribe sin los dos grabados que aparecen al principio y al final del mismo. En el primero figura un equilibrista. En el segundo un par de sombreros de época, uno de mujer, otro de hombre]

  

(Muestrario del mundo o libro de las maravillas de Boloña, 1968)



HACIA LA CONSTELACIÓN DE HÉRCULES


Voy a sentarme aquí en lo más claro de este monte

y echando los ojos muy adentro del silencio de los árboles

voy a imaginarme cómo era el tiempo en que no había

ni rencor ni codicia ni el insoportable vaho

de la golosa muerte. Pues entonces

los inmensos animales paseaban entre las húmedas sombras

atentos a vivir tan sólo, y el fin de cada uno

era el comienzo del otro y un acto tan perfecto y simple

como el chasquido de una rama que se quiebra

en lo remoto. Los grandes carniceros

de crestados lomos y ojos quietos y fríos

iban a lo suyo con la absoluta indiferencia clásica

de quien no tiene nombre. No sabían 

que eran grandes carniceros de crestados lomos y ocupaban

con toda ingenuidad el vasto espacio que les correspondía

desde la desmesura del colmillo

a la diminuta cresta escarlata final de la cola.


Bajo ciclópeos árboles que tampoco

sabían de sí sino el calor de la espesísima savia,

rodando y navegando por los ilimitados

pantanos tendidos hacia el rojizo horizonte

que dibuja en silencioso círculo

la rápida fuga del planeta hacia la constelación de Hércules,

con qué maciza indiferencia escucharían

el ronco grito de la desolación con que los pájaros salvajes

decían ya entonces adiós

al tiempo de la luz sobre las aguas grises.


 

LA NIÑA EN EL BOSQUE


Caperuza del alma, está en lo oscuro

el lobo, donde nunca

sospecharías,

                     y te mira

desde su roca de miseria,

su soledad, su enorme hambre.


Tú le preguntas: ¿por qué tienes

esos ojos redondos?

                               Y él responde,

ciego, para mirarte 

mejor, llorando.

                         Y en seguida


tú vuelves: las orejas,

¿por qué tan grandes?

                                  Y él,

para escucharte. oh música

del mundo, sólo

para escucharte.

                          Y luego


lo demás es la sombra —indescifrable.


 

LA CASA ABANDONADA

 

Hacia el final de la escalera

te has dado vuelta: en el vacío de abajo

el viento solitario hace

las veces de trajín, y la penumbra

está sucia de olvido. Pero arriba,

en el piso de arriba, el cúmulo

de inútil sueño aguarda. ¿Vas

a entrar en él, a sumergirte? Con la mano

puesta en el balaustre, acariciándolo

te quedas. Poco a poco,

no vas así a bajar la vista: escucha el torvo

zumbido de la mosca que se afana

contra el ciego cristal: hay alguien

en el primer peldaño. Espera.

  Mira:

tú estás en el primer peldaño. Lívido

te estás mirando a ti con toda el alma

como si fuese para siempre.

        Y ya

no estás arriba, ni

tampoco abajo.

         Zumba

sola por fin la torva prisionera.

 

 

CRISTOBAL COLÓN INVENTA EL NUEVO MUNDO


     1


Toda la noche, toda,

Cristobal Colón oye pasar los pájaros.

Viniendo del abismo, sin fin, a ráfagas,

miles y miles de pájaros. Sobre los mástiles,

atravesando, acribillando las tinieblas, allá,

el ruido de las alas de los pájaros.

Viniendo del vacío, del abismo,

el ruido, el trueno de la vida siendo,

la orquesta entera de los pájaros.

Pálido como la llama del farol, inmóvil,

Cristobal Colón oye tronar la vida,

pasar los pájaros.


     2


Cristobal Colón ha visto una luz donde no hay nada.

(El Almirante, no el advenedizo de Triana).

Esa luz arde en algún sitio seco.

Tan seco, sin duda, como el sitio en que se posó la paloma.

Es luz de algún fuego encendido por la mano de un hombre,

Porque el fuego qué es sino la inteligencia del hombre.

Cristobal Colón lo buscó toda su vida, esto es lo cierto.

Toda su vida de pobreza, toda su vida.

Fuego de cocinar pescado, puede que fuego de abrigo.

Fuego para la más modesta de las ceremonias.

De tan pequeño que es, no puede ser otra cosa, cómo va a serlo.

Porque Cristobal Colón lo buscó toda su vida, toda.

Por eso ahora solloza solo en la cubierta

mientras el último de los pájaros se hunde vibrando en la memoria.

Sí, el último de los pájaros

                                           —uno con la primera

     luz del alba.


     3


Cristobal Colón abre su grueso diario.

Toma su pluma de ganso y la sopesa entre los dedos:

sangre, vida de bestia hecha cosa para el servicio del hombre.

Moja la punta en el tintero de cuerno, el Almirante, y mira

la blancura terrible de la página. Sabe

que está esperándolo desde el principio de todo. Virgen,

está esperándolo desde que se asentaron las rocas y se fijó un 

            límite al capricho de las olas.

Crisóbal Colón siente el vértigo con que lo llama el abismo de la 

            página, pero, prudente, se resiste y sólo con la punta de los dedos toca el 

            blanco mágico.

Escribir la primera palabra será como empezar a no ser, como 

            engendrar o como morir, los dos extremos

que son una y la misma embriguez, pavorosos principios,

triunfos, catástrofes, glorias.

Toda la inacabable riqueza de la urdimbre—oro de Aldebarán, plata 

            de Géminis, arquetipos del ciervo y el león, 

            del ébano y el ónix,

toda la inagotable riqueza está urgiéndolo, soplándole. Cimbrando

            como una caña,

vibrante de terror y de júbilo, por fin Cristobal Colón hunde su

            pluma en la página.

Comienza entonces la invención de América.



ARQUEOLOGÍA

 

Dirán entonces: aquí estuvo

la sala, y más allá,

donde encontramos los fragmentos

de levísimo barro, el sitio

del calor y la dicha.

      Luego

 

vendrá una pausa, mientras

el viento alisa los hierbajos

inconsolables; pero

ni un soplo habrá que les evoque

la risa, el buenas tardes,

                          el adiós.

 

 

LA TRAPECISTA

 

Vuelve, se va, salta volando

la transparencia que no es;

levísima,

blanquísima, querida,

copito no de nieve, de vivir;

 

vuelve, se va, toca la orilla

de ya no más; blanquísima,

levísima, minúscula

gracia de porque sí;

no se nos vaya,

no,

 

a caer!

 

 

DAGUERROTIPO DE UNA DESCONOCIDA

 

Esa muchacha que en el daguerrotipo está mirándonos,

que no sabemos quién fue ni como se llamaba;

esa muchacha tan deliciosamente fresca bajo su blusa de encajes,

frágil con el temblor del pájaro que una vez hemos tenido en la mano;

el óvalo de cuya cara nos hiere de belleza,

las líneas de cuyas manos dibujan la esperanza o la ternura;

esa muchacha está en peligro, ya ven, y no se da ni cuenta.

El día se le está yendo como el aroma escapa de la rosa,

el nombre se le está yendo como está yéndose la música, no se da cuenta.

Sólo un instante más y ya no podremos ampararla, no podremos;

el rumor de su falda se ocultará en la sombra de los márgenes;

ligera se habrá ido como si no tuviese un cuidado en el mundo

y en su lugar habrá cosas sin alma que el polvo aquieta

con la punta de sus dedos.

No estará la muchacha, la perfección, la gloria de la luz, sino su imagen

manchada ya, tocada ya, dañada, como por una mosca, por la fecha.

Es demasiado joven para el odio del tiempo.

 

 

TESTAMENTO

 

Habiendo llegado al tiempo en que

la penumbra ya no me consuela más

y me apocan los presagios pequeños;

 

habiendo llegado a este tiempo;

 

y como las heces del café

abren de pronto ahora para mí

sus redondas bocas amargas;

 

habiendo llegado a este tiempo;

 

y perdida ya toda esperanza de

algún merecido ascenso, de

ver el manar sereno de la sombra;

 

y no poseyendo más que este tiempo;

 

no poseyendo más, en fin,

que mi memoria de las noches y

su vibrante delicadeza enorme;

 

no poseyendo más

entre cielo y tierra que

mi memoria, que este tiempo;

 

decido hacer mi testamento.

Es

este: les dejo

 

el tiempo, todo el tiempo.

  

(Los días de tu vida, 1977)

 

 

FRENTE AL ESPEJO

 

En un abrir y cerrar de ojos

ya no estarás en donde estabas:

un triste viejo está mirándote

con qué terror desde tu cara.

 

Mirándote ávido y mirándote

mientras la luz te da en su cara:

en un abrir y cerrar de ojos,

ni tú, ni él, ni nada.

 

 

François Villon

 

¿En dónde están las nieves, dime,

las de aquel año en que escribías

tú de las nieves de otros años?

Pasan las nubes, qué sombrías.

 

Las reinas no sé dónde han ido

ni adónde el hambre que tenías:

pero las nieves de aquel año

caen en tus versos

      —frías, frías.

 

 

CARROLL Y ALICIA

 

Alicia va por el espejo,

tú quedas con tu libro, a solas,

Las maravillas del espejo,

¿doblan quizás las de la sombra?

 

No vuelve Alicia ni hay ya nadie,

sólo quedó tu libro, ahora,

¿Estás allá también, o duermes

muy, muy adentro de la sombra?

  

     (A través de mi espejo, 1982)

 

 

EL TIEMPO Y SU PASO

 

Negra, precisa, delicada, allí quedó la hormiga presa en el ámbar y, a la vuelta de veinte millones de años, está aquí ahora como un trocito congelado de qué tiempo increíblemente remoto.

Pero, ¿tiempo? ¿Era aquel un tiempo? ¿Quién escuchó entonces su paso, en el soplo de qué brisa inconcebible, a través de los enormes helechos, de las impasibles coníferas, del silencio?

Un azar difícil si no extremo llevó la criatura al ámbar, el ámbar a la imagen impresa, la imagen a tus ojos, para que fuese tuya el ansia de escuchar aquel rumor soplando entre las impasibles coníferas, en lo inmóvil —allá por lo oculto del tiempo.

 

 

FANTASMAGORÍAS

 

Desde muy joven —lo confieso—, me han gustado los fantasmas. Me apasionaban las historias de sus desventuras.

Hoy —lo confieso—, aproximándose la hora de convertirme en uno, ya no me gustan tanto.

  

(Libro de quizás y de quién sabe, 1989)

 

 

COMIENZA UN LUNES

 

La eternidad por fin comienza un lunes

y el día siguiente apenas tiene nombre

y el otro es el oscuro, el abolido.

Y en él se apagan todos los murmullos

y aquel rostro que amábamos se esfuma

y en vano es ya la espera, nadie viene.

La eternidad ignora las costumbres,

le da lo mismo rojo que azul tierno,

se inclina al gris, al humo, a la ceniza.

Nombre y fecha tú grabas en un mármol,

los roza displicente con el hombro,

ni un montoncillo de amargura deja.

Y sin embargo, ves, me aferro al lunes

y al día siguiente doy el nombre tuyo

y con la punta del cigarro escribo

en plena oscuridad: aquí he vivido.

  

(Cuatro de oros, 1991)


Fuentes bibliográficas (biblioteca personal): Muestrario del mundo o libro de las maravillas de Boloña. Madrid: Visor, 1978; Poesía. La Habana: Editorial letras cubanas, 1983; Entre la dicha y la tiniebla. México: FCE, 1986; El silencio de las cosas. La Habana: Editorial letras cubanas, 1993; La sed de lo perdido. Antología. México: Ediciones del equilibrista, 1993; La sed de lo perdido. Antología. Madrid: Siruela, 1993; Poemas. Barcelona: Debolsillo, 2000; Nombrar las cosas. La Habana: UNEAC, 1973; Obra poética. La Habana: Ediciones Unión, 2001; Obra Poética. México: FCE/Ediciones del Equilibrista, 2003; Poesía y prosa selectas. Venezuela: Biblioteca Ayacucho, 2004; La insondable sencillez: ensayos. México: UNAM, 2007; Eliseo Diego. Madrid: El País, 2008. 



Eliseo Diego

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Concepto: Sergio Laignelet

Producción para Poesía &+: Sergio Laignelet 

Producción para Doningos de Poesía: Sergio Laignelet y Aurora Boreal®

Textos y selección de poemas: Sergio Laignelet

Poemas publicados con autorización de ©Herederos Eliseo Diego

Fotografía de Diego publicada con autorización de ©Herederos Eliseo Diego (Archivo familiar)

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